Las anécdotas más desopilantes con clientes contadas por los gastronómicos de Córdoba

Por Yeny Ortega Benavides (*)

Comportamientos energúmenos, mentiras para comer gratis, pedidos absurdos de cambios de ingredientes, quejas sin fundamento. Si los gastronómicos de Córdoba hablaran, o hicieran una película de lo que registran sus cámaras, tendrían producciones dignas de una estatuilla en la entrega de los Premios Oscar, o guiones que despertarían la envidia del propio Quentin Tarantino.

Ocurre en todos los rubros, pero la gastronomía es la cima donde se ha plantado la bandera de que “el cliente siempre tiene la razón”. Las siguientes son anécdotas, reales, ejemplos de que algunos comensales pueden llegar a ser un verdadero dolor de cabeza. En el Día del Gastronómico, y como homenaje a ese silencio apostolado, desde Circuito Gastronómico compilamos y hacemos públicos esos relatos. Saquen ustedes sus propias conclusiones.

“Unos clientes llevaron canelones y nos llamaron enojados porque se abrieron. Los habían puesto a hervir”, cuenta Juan Carlos Delgado, dueño de la Fábrica de Pastas Don Carlos, el mismo que un domingo de julio, con el local absolutamente lleno, debió atender la furia de una mujer que dos horas atrás había comprado sorrentinos y volvió, enojadísima, acusándolos de vender pastas vencidas. “Había llevado sorrentinos cuatro quesos con masa de espinaca. No estaban vencidos, la masa es verde”, aclara.

El maravilloso mundo de los mariscos

En el rubro marisquería existen dos tipos de clientes: los habitué y los que prueban por primera vez. “Una señora nos hizo un escándalo porque había mariscos ‘incomibles’ de duros en su plato. Estaba intentando comer las cáscaras de los mejillones y de las vieiras”, cuenta Marcela Navarro, de la marisquería Crabs.

Marcela Navarro y el equipo de Marisquería Crabs.

“Otro cliente se levantó y pidió hablar conmigo, muy enojado, para reclamarme por qué los mariscos estaban congelados antes de cocinarlos. Me dijo que él estaba acostumbrado a comerlos frescos, en la playa, del mar a la mesa, y que así los quería”, relata. A Marcela le costó unos minutos más hacerle entender que Córdoba no tiene mar.

“Una vez hicimos späetzle y una señora me mandó a llamar, muy enojada, porque estaban deformados. Le expliqué que eran así por cómo se hacían, pero me discutió que donde ella los comía siempre eran redonditos y con rayitas”, recuerda Guillermo Omega, de Gran Vadori. La señora se refería a los ñoquis.

“Una clienta que había estado almorzando en su restaurante al mediodía llamó para decirme que se había olvidado envuelta en un papelito su dentadura postiza. Tan tierna es la carne en Argentum que se come sin dientes”, bromea Vanesa Bula, responsable de comunicación del lugar.

Cerrame la 8

“Me tiraron una caja con un lomito desde la puerta hasta el mostrador porque lo quería sin tomate», cuenta Belén Piattini de Riccione, quien todavía recuerda el momento en el que vio, en cámara lenta, cómo iba desparramándose el lomito por el aire.

“Una clienta pidió una botella de vino. Fue al baño, se robó el flexible del inodoro y tapó la salida del agua con el corcho del vino”, cuenta Dante Aparicio, de Cartof.

Dante Aparicio, chef propietario de Cartof.

“Me pasó que una mujer empezó a ir mesa por mesa mostrando hormigas dentro del aceitero (cosa imposible). Escándalo mediante, obviamente no le cobré. Cuando se retiró, me llamó el señor que estaba en la mesa de al lado y me dijo que vio cuando la mujer sacó una bolsita de hormigas de la cartera y las puso en el aceitero”, relata Marcela Navarro, de la marisquería Crabs. “Vimos las cámaras y así fue. Lo que hace la gente para comer gratis”, reflexiona.

De los creadores de “yo estudié gastronomía”

“Una chica intentaba masticar la chala de una humita. Cuando la vi, me acerqué y le dije que solo era la envoltura. La chica respiró profundo y lanzó una mirada acusatoria a su novio, quien había estudiado en una escuela de gastronomía donde le habían enseñado que ‘todo lo que viene en el plato es considerado guarnición y, por tanto, se come’, relata Gustavo Villalpando, de Lo De Villalpando.

Gustavo Villalpando, propietario de Lo De Villalpando.

Grata sorpresa

“Una vez, hace unos años, local cerrado, luces apagadas, viene un señor con gorra y lentes. Pasó y encaró a mi papá que estaba muy tranquilo jugado al solitario en la computadora”, recuerda Juan Cruz Damico del Fogón de los Arrieros. “Qué, no me vas a atender”, le dijo el sujeto. Mi padre, confundido, le contestó amablemente que se iba a fijar si quedaba algo de brasa para prepararle algo”, recuerda. El sujeto era Franco De Vita, quien los visitaba nuevamente, esa vez, de incógnito.

Franco de Vita, protagonista de la anécdota de Fogón de los Arrieros.

Un espacio para la ternura

“Un día un nene de unos cinco años le preguntó a mi mamá: “Mirta, estas papitas son más ricas que las de McDonald’s, como hiciste para ponerle el puré adentro?”, cuenta Vanesa Bula de Argentum.

El equipo de Circuito Gastronómico les desea a todos los gastronómicos un feliz día. Celebramos y agradecemos el compromiso, el amor y la pasión con que llevan adelante cada uno de sus emprendimientos.

(*) Periodista gastronómica

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