Por Alejandro Maglione (*)
El asunto
Resulta que el querido Fernando Vidal Buzzi tuvo, al decir de Jorge Luis Borges, el mal gusto de morirse. Algunas veces comentábamos este pensamiento de ese genial e insolente escritor, y se mataba de la risa.
La historia de los argentinos: somos amigos de todo el mundo, olvidándonos que la amistad es una avenida de doble mano, no se puede ser amigo de alguien que no se considera como tal. Fernando era hombre que comentaba a muy pocos sus agravios. Voy a respetar esa decisión suya y mi relato no incluirá sus opiniones sobre algunos que hoy lamentan su partida.
Personalmente, siempre recibía sus elogios a estas notas que escribo para La Nación.com, y el mayor elogio era cuando me decía que le daba algo de envidia que en muchas de ellas me permitía el lujo de ser auto referencial porque era un tipo que había vivido con mucha intensidad. ¡Él hablaba de intensidad de vida! Lo que pasaba con Vidal Buzzi era que le daba pudor a veces contar los momentos enormes que había protagonizado en la vida.
Cien años de soledad
En una de sus vidas, fue gerente de la Editorial Sudamericana. Había hecho una suerte de alianza personal con el hijo del dueño de apellido López Llové, cuyo padre se apellidaba López Llausás. Esa relación permitió que escribiera uno de sus capítulos más curiosos. Me contó que le habían presentado caminando por la avenida Santa Fe, a un colombiano bajito que llevaba bajo su brazo un sobre de papel madera con el manuscrito de un libro.
Su historia decía que quien se lo presentó fue Tomás Eloy Martínez, que sentía un gran aprecio por Fernando, porque lo había ayudado a introducirse en el mundo venezolano cuando tuvo que exiliarse perseguido por la Tripe A. Las versiones han ido y venido un poco. En una cosa todas coinciden: García Márquez pretendía que le dieran 500 dólares para permitir que leyeran su texto (eran años de enorme carencia para el gran Gabo).
En la editorial todos dijeron que estaba loco, y Fernando resolvió ponerlos, a pesar de que era un monto considerable para esos años. «Lo leí en una noche. Me enloqueció. Al día siguiente se lo llevé a López Llové y le pasó lo mismo y decidimos publicarla con todo el mundo en contra». La primera edición mundial de Cien Años de Soledad se hizo en la Argentina y gracias al empeño de Fernando.
Esa vida del mundo editorial lo llevó a formar la Editorial Huemul, y haber mantenido una fluida correspondencia con escritores como José Bianco, Alberto Pezzoni, el nicaragüense Sergio Ramírez. Luego sería gerente para toda Sudamérica del Grupo Rizzoli, uno de los más importantes del mundo.
Un amigo recordaba que eran años de vértigo en su vida, y que a pesar de trabajar hasta el agotamiento, con su esposa de entonces, Teresita, madre de su hija Cayetana, era un tenaz frecuentador de las noches de Mau-Mau. Alardeaba: «Creeme que bailaba bastante bien, che».
Clubes
Buenos Aires ha sido cuna de grandes clubes de gourmets. Y muchos lo vieron como fundador y animador. The Twelve True Fishermen fue uno de ellos y el otro fue The Fork Club. Justamente, en ese club convivimos durante lustros, hasta que su salud se lo permitió. Apartado durante años, en una de mis últimas comidas lo invité a cocinar juntos. Donde, con gorro y todo, se puso a mi lado y preparó su famoso risotto alla sbiraglia.
Fue una noche de intensa felicidad para él, donde se reencontró viejos amigos y compañeros de buenas comidas. Verlo en esas tenidas -recuerdo ahora- era ver el paradigma del gourmet-gourmand, porque comía todo lo que había en el plato, y hasta cuando había perdices o becacinas, chupaba los huesitos, de manera tal que su plato terminaba siendo una pila de éstos.
Infancia campestre
Se enamoró de la cocina, como tantos otros, viéndola a su abuela Fermina, preparar la comida para la familia. Era en un campo familiar ubicado en Unzué, partido de Bolívar, provincia de Buenos Aires. En los últimos años me contó que el famoso dirigente rural Buzzi era un primo segundo suyo y agregaba «mirá las vueltas de la vida».
Sus ires y venires hicieron que estudiara Derecho casi hasta recibirse de abogado. Dependiendo del día en que se le preguntara, se había recibido o no. Cuando se lo hacía notar se mataba de risa. Esa relación con el Derecho hizo que se asemejara a los grandes críticos de vinos y gastronomía, que muestran esta curiosa coincidencia.
La música
Su vocación temprana fue la música clásica, sobre la que escribía desde sus 17 años. Sus últimos años lo encontraron frecuentemente, en el living de su casa, con su adorada Maite Auzmendi, su última esposa (tuvo 4), donde se instalaban frente a un televisor enorme, y allí disfrutaban de ver y escuchar sus óperas preferidas.
El crítico
Esta fue la actividad por la que fuera más conocido, lo que no quiere decir que fuera la que más lo divertía. Consideraba a la crítica gastronómica una tarea menor. «Escribir sobre restaurantes es fácil, lo difícil es pensar un tema sobre gastronomía y desarrollarlo. Eso requiere saber y además investigar, algo que no les interesa mucho a los jóvenes periodistas». Y machacaba: «no se puede escribir sobre gastronomía si no se sabe cocinar. Hay que poder saber si un plato está bien o mal hecho. Del mismo modo, se aprende de vinos tomando mucho. Yo mismo no sabía nada, y me fui haciendo probando en mis viajes a Europa, luego algún libro completó mi formación. Pero lo importante era haber tomado muchos vinos».
Su primer vino importante se lo hizo probar su padre en el viejo Pedemonte. Era un Châteu Pape Clement 1928. Tenía 10 años. Luego lo llevó al Colón a ver Las bodas de Fígaro. De esa noche dijo Fernando: «A los 10 aprendí en un mismo día los que serian mis grandes amores: el vino y la música».
No obstante, la comodidad de la crítica no le desagrada: «No es más que objetivar en una nota lo que es una impresión subjetiva. No hace falta pensar». Pero le daba algo de rabia que la gente en su columna de la revista Noticias miraba casi exclusivamente su puntaje expresado en pescaditos, y no prestaba mucha atención a sus comentarios.
Por años intercambió esta tarea con la de consultor en el Estudio Jebsen, del que comenzó a formar parte en 1980. Allí nos conocimos nosotros. Lo había consultado por un tema de Recursos Humanos, y tuvimos un colpo súbito, por lo que al fundar Cuisine & Vins, Fernando fue un número puesto Miguel Brascó, en un infrecuente momento de franqueza, me dijo un día: «Alejandrito, si me pasara algo, Fernando es el único que reconozco para acompañarlos con la revista» (todavía vivía la inolvidable Lucila Goto).
A los jóvenes periodistas que lo consultaban sobre la mejor forma de ejercer la crítica, les recomendaba conocer tanto a los chefs como a los mozos de los restaurantes. «Hay que conocer a ese morocho que vino de Santiago del Estero y pasa su vida transpirando en una cocina». De él aprendí eso de meterme en las cocinas a saludar a las brigadas.
Solía decir divertido: «Si me hubiera avivado antes lo fácil que resulta hacer televisión, creo que no habría escrito nunca».
Restaurantes
Fernando imaginaba un rectángulo que se formaba con el río de un lado, la av. Rivadavia y luego se extendía de manera difusa hasta el Tigre. «Hasta allí llega como máximo la crítica gastronómica. Todo lo demás, sea bueno o malo, desgraciadamente se ignora». Y siempre pensó que en Buenos Aires sobran restaurantes, expresando su disgusto por una tendencia a usar los precios de los platos como un símbolo de estatus: «Creen que la gente piensa que si sos caro, sos bueno.Pero al final van a comer donde encuentran mejor relación de calidad-precio».
Viejos amigos
Siempre hablaba de Roberto Fernández Beyro, que sospecho que fue un espejo en que se miró en sus comienzos. Luego los cocineros todos: el Gato Dumas, al que le prologó sus libros; Ada Cóncaro; Pedro Muñoz; Francis Mallmann; Santiago Acevedo; Peloncha Perret; Dolli Irigoyen; Emilio Garip, en fin, los conoció y se hizo apreciar por todos. Con Miguel Brascó tuvo una relación oscilante. Miguel un día no lo deja escribir más en Cuisine & Vins -lo que provocó una fuerte discusión conmigo- porque, seguramente por celos, le molestó muchísimo que comenzara a escribir para La Nación. Corriendo la vida, lo perdonó y lo solía invitar a su casa, donde le dedicaba su tiempo con generosidad.
Fue amigo de todos los miembros de los clubes a los que perteneció. Como así también del capítulo argentino de la Academia Italiana Della Cucina, de la que formamos parte juntos. Mi memoria atesora aquellas mesas que compartíamos con Roberto Rocca y Clorindo Testa, mientras el siempre eficiente Pietro Sorba se ocupaba generosamente de la organización.
Periodistas
«Las mujeres me gustan más que el dulce de leche» me repetía, será por eso que muchos de sus trabajos fueron con mujeres periodistas como Daniela Di Segni o Raquel Rosemberg. Si bien, el vínculo con ellas, aclaro por las dudas, me explicó que siempre fue estrictamente profesional. Pero hablaba con mucho respeto de Daniel Viacava o Augusto Foix, el primero lo llevó a La Nación, y con el segundo hicieron un estupendo libro de vinos. Pero, sin duda, sus últimos años fueron de una gran gratitud y reconocimiento para con Jorge Fontevechia, el número uno de la Editorial Perfil.
La Isla de los Sibaritas
Durante dos años me acompañó en este programa de radio. Venía contento, puntual, prolijo. Trataba de ordenarme, y yo no paraba de explicarle que el secreto estaba en el caos, la espontaneidad. Fue en esas tardes frente al micrófono que comenzó a mostrar que algo ya no funcionaba como antes. No me resultó fácil aceptar que se quedara en su casa mientras La Isla salía al aire.
Conclusión
Fernando se fue a cocinar con el Gato al que adoraba. A expresar sus críticas por omisión «no decir nada de un lugar, ignorarlo, es mejor que criticarlo». Compartimos viajes a Goya en Corrientes a ver que andaban haciendo los tabacaleros; fuimos a Suipacha para ayudar a lanzar la incipiente Ruta del Queso; comimos cientos de veces en lugares diversos, desde el Plaza Hotel hasta lo de Silvano cerca de Mercedes.
Todo lo demás, ya fue o será dicho. Un excelente profesional, con una magnífica biblioteca especializada donde los libros lucen muy usados. Un muy buen tipo. Sus hijas, Alejandra y Cayetana, que trabajaban codo a codo con él, lo extrañarán. Maite, que alegró sus últimos años con su chispeante compañía, sentirá su ausencia.
Todos sus amigos y conocidos, extrañaran no tenerlo siempre disponible a tiro de llamada telefónica o de mail, que siempre respondía. ¡Chau Fernando! Ya sos parte de los «vivos de allá», que te sigan disfrutando ellos.
(*) Nota de Alejandro Maglione para ConexiónBrando
[email protected] / @crisvalsfco