¿Qué comían Marilyn, Neruda y Sinatra?

Por Alejandro Maglione (*)

La idea

Se me ocurrió investigar el tema, en forma de pinceladas coloridas, sobre los gustos gastronómicos y las recetas preferidas de algunos personajes muy conocidos por todos. Ya me ocupé alguna vez de dar a conocer los hábitos alimenticios del General Justo José de Urquiza mientras habitaba el Palacio San José en Entre Ríos, lugar donde se llevaba un diario prolijo de todo el movimiento de los aprovisionamientos que entraban al palacio, sumado a los menús cotidianos del General, y en muchos casos, un detalle de las personas que habían compartido el condumio con este prolífico prócer entrerriano. Por eso para hoy, pensé en comentar estas intimidades, de algunas personalidades, reales o ficticias.

Sancho Panza

A través del tiempo, no pocos comentaristas ilustrados, han analizado desde distintos ángulos el Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra. Se lo pensó como un texto político. Otros vieron grandes enseñanzas filosóficas. Algunos percibieron una exhibición de imaginación pocas veces vista. Dio y da para todos los gustos.

A mi me gustó mirarlo con ojos de periodista gastronómico, y así pude descubrir en el personaje de Sancho un primer aspecto, que muestra al criado casi desesperado de hambre. Representante de una clase social donde las hambrunas eran frecuentes, el hidalgo, de tanto en tanto lo reprendía por desenfrenarse ante un buen plato de comida.

Don Quijote era frugal, y cuando lo veía enloquecido a Sancho le aconsejaba: «Come Sancho amigo, sustenta la vida, que más que a mí te importa». Y agregaba una máxima de gran sabiduría: «Yo, Sancho, nací para vivir muriendo, y tú para morir comiendo». Pero los consejos al fiel escudero iban más lejos y con cierto rigor: «Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago».  

Sancho hacía oídos sordos a estas reflexiones de su amo, por lo que solía atracarse con bellotas, tasajo de cabra, uña de vaca con garbanzos, pan negro, algún queso del lugar que visitaban, y vinos pateros que iban apareciendo. Y claro, siendo originario de la Mancha, las migas manchegas, con chorizo y uvas -si la temporada lo permitía-, aparecían con frecuencia en su menú.

Casanova

Giacomo Casanova era un afamado amante, pero también un enorme gourmet. Su autobiografía fue recogiendo la historia de su vida estrechamente vinculada a sus comidas cotidianas. Sobre todo, teniendo por hábito, el alimentar a las prostitutas que frecuentaba, previo al abordaje sexual, porque declaraba que lo excitaba tremendamente ver a las mujeres alimentándose.

Por eso sus memorias, por lo detalladas en el punto culinario, deben ser fuente de información para quienes se interesen en los hábitos gastronómicos de la época, de todas las clases sociales.

La Inquisición no se cansaba de perseguirlo, pero él se daba maña para conseguir dispensas de obispos amigos, donde señalaban que podía comer «todo aquello que saliera del agua». Nuestro personaje, entonces, hacía pasar al cerdo que iba a comer primero por un río, y a la salida lo sacrificaba ante testigos que aseveraban que el animalito emergió del agua antes de formar parte del manduque.

Gran cocinero, inventó un vinagre especial para aderezar las anchoas que adoraba. Obsesionado por los afrodisíacos, dio fama de tales a las trufas, las ostras, el champagne, el marrasquino o el apio. Siendo su estimulante preferido, el chocolate espumoso.

Louis Amstrong

El inolvidable Satchmo era adorador de las comidas cajún y criolla que se preparaban en su Nueva Orleáns natal. Tierra de platos como el po’boy, la jambalaya, el gumbo y los porotos rojos con arroz. Justamente este último plato era el que acompañaba al trompetista como plato favorito en todas sus giras. Es el plato que, con porotos negros, se conoce en las mesas hogareñas de casi toda América Latina, en Cuba lo llaman «moros y cristianos», en Brasil «arroz com feijao».

Pablo Neruda

Los amigos del poeta chileno siempre lo destacaron por su talento literario, obviamente, pero los más íntimos han recordado sus mesas. Su fanatismo gourmet lo llevó a escribir con otro premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, un simpático libro que llamaron «Comiendo en Hungría». Y los interesados en el tema, saben que el plato favorito del vate era el caldillo de congrio, al que le dedicó una oda, que en una de sus partes decía: «Hasta que en el caldillo/se calienten/las esencias de Chile/ y a la mesa/ lleguen recién casados/ los sabores/ del mar y de la tierra/ para que en ese plato/ tú conozcas el cielo». Un elogio de lujo para ese plato.

Frank Sinatra

Hijo de Natalie Della Agravante -genovesa- y Antonio Martino -siciliano-, es comprensible que Sinatra pasara sus cumpleaños en el Patsy’s Italian Restaurant ubicado en la calle 56 de Nueva York, donde el menú reiterado solía ser costillas de Posillipo, fusilli con salsa fileto y torta de ricota. Pero ¿sabe cuál era verdaderamente su plato preferido?: el vitello impanato, más conocido por nosotros como milanesa o milanga lisa y llana.

No obstante, cuando su cuarta y última mujer, Barbara Marx escribió el The Sinatra Cookbook el plato que apareció destacado fue el de las berenjenas a la parmesana. En ese libro hicieron su aporte Bill Clinton, Claudia Schiffer, Bono y Clint Eastwood, por citar algunos.

Marilyn Monroe

Norma Jane Baker, que tal era su verdadero nombre, sabía cantar el «Happy Birthday» como ninguna, pero de cocina no sabía nada de nada. Arthur Miller, uno de sus esposos más queridos, se irritaba cuando preparaba una ensalada, porque ni siquiera en eso tenía una mínima habilidad. Un día que quiso amasar tallarines para Miller y un grupo de amigos, siguió la receta del afamado libro La alegría de cocinar, que indicaba no poner la pasta en el agua, hasta que estuviera seca. Como este proceso demoraba, y los invitados ya estaban muy picados con los tragos previos, tomó su secador de cabello e intentó apurar el proceso. Los tallarines fueron a parar al suelo de la cocina, y los borrachines no pararon de reírse por varios días.

Pero entre los invitados de esa noche estaba el genial Andy Warhol, que inventó, para que ella pudiera lucirse en el futuro, la Sopa Marilyn, en la que mezclaba los siguientes ingredientes: agua, leche, una lata de sopa de tomate Campbell’s, un paquete de puré instantáneo, dos huevos duros, higos secos, dos dientes de ajo, hierbas aromáticas, perejil y pimienta. Esta receta sí lograba ponerla en práctica. Claro que de Warhol, lo que recordaremos de su relación con la Monroe, será su díptico, en el que el rostro de la diva se reproduce 50 veces en una paleta variada de colores.

Nellie Melba

Así era el nombre artístico de la cantante de ópera australiana Helen Porter Mitchell, que motivara al gran George Auguste Escoffier, durante una de las estadías de la artista en el hotel Savoy de Londres, a dedicarle el afamado postre que bautizó Copa Melba, y que fuera tan popular en los restaurantes porteños durante muchos años. Sin duda que la cantante es recordada más por este postre que por haber aportado su rostro a los billetes de cien dólares australianos.

La receta ortodoxa dice que la célebre copa lleva mitades de duraznos en almíbar, helado de vainilla, jugo de limón, una copa de licor de duraznos, almendras picadas y mermelada de frambuesas. Pero Escoffier nos regaló algo más, que preparó en homenaje a la diva: las finísimas tostadas de pan crocantes, que hoy usamos para patés, ensaladas o sopas. Ella murió muy joven por una mala praxis en una operación de cirugía estética. Pero la cocina universal terminó por inmortalizarla.

Conclusión

Es una pena que a las personalidades no las estudiemos, frecuentemente, también por sus preferencias gastronómicas. Tengo la percepción que esta información nos acerca de manera extraordinaria a sus verdaderas personalidades, y no a la que nos pintan engolados biógrafos. Al terminar, pienso: ¡cuánta tela para cortar! 

(*) Nota de Alejandro Maglione para ConexiónBrando
[email protected] / @crisvalsfco

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