Por Alejandro Maglione (*)
Increíble pero real
Los ecuatorianos, cerca de Quito, tienen un lugar que identifican como Centro del Mundo. Fue el lugar elegido por la misión científica francesa que envió Luis XV en 1736. Imagínese el espíritu de grandeza que había que tener para tomar y ejecutar este tipo de decisiones en aquellos tiempos.
El asunto fue así: los científicos franceses Bouguer, Godin, La Condamine, buscaron la ayuda de los marinos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, y todos juntos se unieron a Pedro Maldonado, científico local, que fue quien convenció a la corte francesa de elegir esa zona para realizar la tarea de medir el meridiano que va de ese punto al Polo Norte. El objetivo era confirmar la forma de la Tierra, y de paso establecer el «metro patrón» del Sistema Métrico Universal, que establecieron como la diez millonésima parte del cuadrante terrestre.
Lo que Maldonado les dijo a los franceses, es que era mucho mejor buscar la latitud 0º allí, que andar meneándose con los díscolos africanos. Además, por la altura, allí no hay mosquitos ni bichos que pusieran en riesgo la vida de estos estoicos obreros de la mensura. Como corolario, esa región cercana a Quito pasó a llamarse «Tierras del Ecuador», que finalmente terminaría siendo el nombre adoptado por el país hermano.
El Centro del Mundo
El lugar tiene el bien conocido monumento del gigantesco pilar con el Mundo coronándolo. Vi también la conocida línea amarilla, que permite sacarse la foto típica con las piernas ligeramente abiertas y así tener un pie en cada hemisferio.
La misión francesa en sus actas había anticipado que en el futuro, más precisos elementos de medición podrían demostrar que ellos con sus teodolitos habrían cometido un error de más o menos 200 metros al fijar la línea ecuatorial. Los modernos GPS demostraron que efectivamente el error existía. ¡y que era de 200 metros!
Por lo que, hay que sacarse las fotos con el monumento, y luego ir al verdadero lugar, donde se ha instalado un simpático show para los turistas. Inicialmente, se visitan unas cabañas que recuerdan a las que construían los Quitus, los habitantes originarios de la zona. Los Quitus eran tan avispados, que ya llamaban a ese lugar Inty-Ñan que significa Camino del Sol.
La reconstrucción es muy fidedigna e incluyen morteros encontrados en la zona, que llamaban «metates», que servían para moler las semillas del cacao.
Las curiosidades del lugar son varias, incluidos precisos relojes solares; ver la propia sombra que desaparece totalmente al mediodía; o la demostración del efecto de Coriolis. Llamado así en honor del científico que lo estudió y le permitió ver los efectos de la rotación de la Tierra en los seres que la habitamos. Coriolis descubrió que los líquidos -en una pileta o una bañera al desagotarse- en el hemisferio norte giran en sentido antihorario y en el sur en el sentido de las agujas del reloj.
Para esto, el guía dispone de una bacha montada sobre cuatro patas, que mueve a un lado y otro de la línea ecuatorial. Y así, como si fuera cosa e’ mandinga, al volcar un balde de agua y ponerle unas hojitas tomadas del piso, uno se asombra que efectivamente, giren para un lado u otro, dependiendo de donde se halla posicionado el artefacto.
A comer
Claro, los sibaritas somos gente curiosa, viajera, y varias otras cosas más, pero cuando se acerca el mediodía nos ponemos a mirar dónde vamos a comer. En el caso del paso por el centro del Mundo, seguimos el merodeo alrededor de Quito, pasamos por el pueblo de Otavalo, donde se venden artesanías lindísimas hechas por los lugareños, y seguimos hasta un hotel y spa que se llama La Mirage.
El lugar es absolutamente paradisíaco. Su dueño es Fernando Espinoza, un hombre que se desenvuelve con una calma contagiosa, que a su vez tiene en Quito La Mansión del Ángel, otro lugar emblemático. El lugar está repleto de curiosidades. Por ejemplo, todo el personal que trabaja pertenece al pueblo originario de la zona. Incluido el chef, Hugo Flores, que nos preparó un menú de cinco tenedores.
Entre varias de las cosas más curiosas que apunté, una que me sorprendió fue que el primer plato vino en unas cajas de madera lustrada, que se nos pidió no abrirlas hasta que estuviéramos todos servidos. Al abrirlas, descubrimos que estaba el plato con una deliciosa crema de tomate ahumado, y que las cajas eran de música. Por lo que la mesa se lleno de melodías. Otra originalidad fue observar que los vinos los estiban en viejos confesionarios acondicionados a este efecto. ¿Qué secretos guardarán esas maderas?
Nos sirvieron vinos locales: un Chaupi Estancia y un Palomino Fino 2012, para el final. Ecuador sin duda, debe aguardar para ver si sus vinos evolucionan de manera positiva, y personalmente le tengo fe a los viñedos que están cultivando en las sierras altas que buscan temperaturas más amigables para la viña.
Las habitaciones se derraman por el lugar, y se llega a ellas por senderos que están bordeados de enormes plantas de lavanda, que al roce con nuestra ropa, despiden su perfume característico, que colabora para sentirse aún más relajado. Esos senderos también llevan a las salas donde se practican terapias alternativas, todas orientadas a desprenderse del stress ciudadano. Hasta hay una en donde las técnicas que se aplican pertenecen a los viejos chamanes de la región. Habrá que probar, en otro viaje, para saber si dan resultado.
Cata de chocolates
Imposible eludir esta sufrida actividad estando en Ecuador, así que un día, los amigos de Pacarí («amanecer» o «naturaleza» en lengua vernácula), Santiago y Carla Peralta, nos hicieron una degustación de chocolates, inolvidable para un chocolatero contumaz como soy yo. El producto que más me impactó es uno que ellos bautizaron Raw, porque se hace con cacao «crudo»-no tostado-, que, aseguran, contiene 3000 veces más antioxidantes que el cacao común.
Utilizan el denominado cacao Piura, que viene de la región del mismo nombre ubicada en el Perú, cerca de la frontera con Ecuador. Y los Peralta, consiguieron que se lo premiara como el mejor del mundo en el último concurso internacional donde lo presentaron. Además, a sus virtudes, se le añade que usan azúcar de coco filipino -ese que promueve con ahínco Rey Carandang, embajador de este país en la Argentina- que tiene la virtud de ser amigable para los que tenemos problemas de glucemia alta. Y para aquél que contiene algo de sal, usan la Sal de Maras, también peruana.
Parece ser que el secreto de Pacarí es el empeño que pone Santiago de viajar a la zona productora y contactar a los principales productores personalmente, costumbre que adoptó desde el año 2007 en que fundaron la empresa. Así, son ellos mismos, los chacareros, los que le indican cuál es el mejor cacao que tienen en sus plantaciones, que entregan dos cosechas al año. Los productores, cerca de 20.000, están usando técnicas de cultivos biodinámicas, y con esto han logrado incrementar su producción en un 30%, y encaminarse a certificar su producción como orgánica.
Ya fundaron una Asociación de Chocolateros del Ecuador, y las regiones de cultivo apuntan a formar una ruta agro turística. Lo que indica que el sector está todo movilizado para obtener los mejores beneficios de su actividad.
Redondeando
Ecuador combina la posibilidad de conocer el denominado Centro del Mundo, con la debida atención del centro de nuestros estómagos con sus más que interesantes propuestas gastronómicas. Visitarlo es descubrir que tienen más, mucho más para ofrecer que la visita a las Islas Galápagos. Al fin y al cabo, me contaba Luis Falconi, su viceministro de Turismo, que ya el 8% del Producto Bruto es aportado por esta actividad. Este pensamiento no tiene que ver con la nota, pero me pareció que debía compartirlo con mis lectores, a modo de cierre, por provenir de Napoleón Bonaparte: «Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo». Si el emperador lo dijo.
(*) Nota de Alejandro Maglione para ConexiónBrando
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